Espiritualidad y Ciencia. Cómo religión y cerebro interactúan
El ser humano tiene una necesidad ineludible de apertura al infinito. Esta dimensión espiritual nos lleva espontáneamente a la oración y la contemplación para dar un significado a nuestra propia existencia.
Las presiones del mundo actual influyen de forma permanente en nuestra vida diaria. Pareciera que cada día es más difícil alcanzar la tranquilidad y la felicidad; incluso en los casos que logramos obtener “lo que buscamos”, nos queda la sensación de que sigue faltando algo, de que eso no nos llena, llevándonos a continuar en esa eterna búsqueda.
Dios nos ha dejado la práctica de la oración como una forma de armonizar nuestro espíritu y nuestra mente con lo divino, como una forma permanente de comunicación con Él. La oración nos libera de las tensiones y los pensamientos negativos ayudándonos a ver la realidad con los ojos de la fe. Cuanto más inmersos estamos en la oración, más nos alejamos de la frustración, ansiedad, el vacío y el malestar de continuar arrastrando traumas emocionales que habitan en nuestro inconsciente más profundo.
Cada creyente vive su experiencia religiosa a su manera y como tantas actividades humanas, esa emoción acontece en el cerebro. Cada vez más, aunque muy sutilmente, los científicos investigan qué ocurre ahí dentro en momentos de profunda espiritualidad.
Durante muchos años nos han hecho pensar que la ciencia y la fe estaban enfrentadas: o se tenía fe o se creía en la ciencia. Sin embargo, hoy los avances en la neurociencia nos permiten nuevamente acercar estos dos aspectos tan valiosos del individuo. La neurociencia nos muestra cómo millones de neuronas producen la conducta, los pensamientos, las emociones, la memoria, la motivación y aun la espiritualidad.
Gracias a las últimas tecnologías que permiten explorar la actividad cerebral mientras funciona (imágenes, electroencefalografía), se ha demostrado, que la meditación y la oración pueden modificar la estructura del cerebro, evidenciando cómo los estados del cerebro pueden crear o relacionarse con la vivencia de la experiencia religiosa.
El origen de esta relación (neurología-espiritualidad) se encuentra en los trabajos de Herbert Benson, cardiólogo de Harvard Medical School, quien estableció que el sistema de respuesta al estrés afecta todo el sistema nervioso. Y además, que la meditación ayuda a relajar el sistema nervioso, a disminuir la presión arterial, mejorar la salud del corazón, prolongar la vida, además de dar felicidad y de generar el sentimiento de estar más cerca de una entidad trascendente.
Pero, ¿Qué pasa realmente en el cerebro de una persona cuando reza, ora o medita?.
Hay una amplia red de estructuras implicadas, entre ellas: el lóbulo frontal, que nos ayuda a focalizar la mente en la oración; el sistema límbico, que permite experimentar emociones poderosas; y los lóbulos parietales, involucrados en nuestro sentido de nosotros, y en su orientación en el espacio y el tiempo.
Dependiendo de la experiencia concreta, esas áreas pueden encenderse o apagarse. Así, los lóbulos parietales pueden apagarse al experimentar una pérdida del sentido de sí misma, o un sentido de unicidad con Dios.
Así mismo, a través del registro de electroencefalogramas realizados a monjes al momento de orar, se logró captar un fenómeno extraordinario: la desconexión completa del córtex cerebral, estado que solo puede ser captado en bebes de tres meses, al sentir la cercanía de su mamá, provocándoles una sensación de seguridad completa; pero a medida que la persona crece, esta sensación desaparece.
Otros estudios demuestran que la parte de mayor actividad son los lóbulos frontales y el área de lenguaje del cerebro, la cual se activa durante la conversación. Orando a Dios en la tradición judeo-cristiana es como hablar con la gente; entonces, cuando una persona ora, intenta comunicarse con la mayor deidad para ellos en una conversación esperando que este le responda. Mientras que en la meditación de ateos no se observó la actividad del lóbulo frontal observada en las personas religiosas.
También, se produce liberación de dopamina, y eso da una sensación de placer y bienaventuranza. Resultando una sensación de paz del alma que experimentan quienes tienen convicciones religiosas profundas y rezan con devoción.
Ya está demostrado que las enfermedades son provocadas también por situaciones graves y sucesos que quedan grabados en nuestra mente. Al orar, sin embargo, las preocupaciones quedan en segundo plano e incluso desaparecen totalmente; haciendo posible el restablecimiento psíquico, moral y físico.
Todas las religiones crean experiencias neurológicas, y si bien Dios es inimaginable para los ateos, para los creyentes, Dios es tan real como el mundo físico. “Así entendemos que, cuando ellos describen este tipo de experiencias, estas experiencias son al menos neurológicamente reales”.
Dios nos creó con un “sustrato neuronal” para orar: Capacidad de parte de nuestras neuronas de comunicarse con Dios a través de la oración para bienestar de quien le busca para alcanzar la paz de su alma. Lo que nos lleva a afirmar que ¡Dios nos diseñó con un cerebro para ORAR SIN CESAR! (1 Tesalonicenses 5:17)
“El poder de la oración es algo que supera la ciencia misma, estos datos pueden ser un estímulo positivo para reconocer los muchos beneficios que nos ofrece la oración”.
Dra. Beatriz Quintero
Médico Especialista en Medicina Familiar
Psiconeuroinmunoendocrinóloga